Con justicia es preciso señalar a Don Felipe Poey y Aloy (1799-l891) el más famoso de los naturalistas cubanos, como el precursor y promotor inicial del acuarismo en el país.
Colaborador personal de Cuvier, socio de la Real Sociedad Zoológica de Londres, Director a partir de 1839 del Museo de Historia Natural de La Habana, es Poey el autor de “Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba” y de “Ictiología Cubana”, monumentales obras, resultado de más de 50 años de estudios sobre los peces marinos y dulceacuícolas de nuestro archipiélago.
Ya en 1851 el sabio cubano publicó un folleto sobre los Guajacones (nombre popular con que se denominan a las especies de Gambusias y otros pequeños peces nativos de agua dulce), invitando a los habaneros a capturarlos en la Zanja Real y tenerlos en sus casas a manera de esparcimiento.
Dos años más tarde el francés Guichenot editó en París un breve estudio sobre los peces dulceacuícolas de Cuba.
El afán de científicos y aficionados por encontrar sensacionales especies de peces para la comercialización, trajo a comienzos del presente siglo a Cuba a estudiosos norteamericanos.
En 1902, Eigenmann recorrió las Provincias de Pinar del Río y La Habana, descubriendo algunas especies.
Otros norteños, (Hubbs, Taylor, McIndoo, Nichols), acompañados de los científicos cubanos Howell-Rivero y Rivas, estudiaron y clasificaron nuevas variedades en las cuatro primeras décadas.
Incluso el famoso acuarista William Innes visitó Cuba en planes de estudio y después describió las especies más interesantes en una de sus obras:”Exotic Aquarium Fishes”.
A principios del siglo XX ya a Cuba llegaron los primeros vivíparos de los criaderos de la Florida en las maletas de los norteamericanos que iban a Cuba. Se empezó el negocio de los peces ornamentales en tiendas privadas y uno de esos establecimientos que importaba sus peces de la Florida era el de las hermanas Masnatan. En los años 30 y 40 se van multiplicando las tiendas.
En los años 50 comienza la cría de especies adaptadas a las aguas de Cuba y el verdadero boom de la acuariofilia cubana. Se destacan nombres pioneros de nuestra afición, como José Rodas que creó el Vedado Aquarium y junto a Charles Pujol es el autor del primer libro sobre acuarismo escrito en Cuba, en 1954 titulado “Los peces de acuario y su cría”. Comienza a formarse un considerable grupo de expertos e incondicionales del acuarismo.
La Revolución Cubana de 1959, marcó todos los aspectos de la vida nacional hasta algo tan ajeno a la política como pudiera ser la evolución del acuarismo en la isla. La afición, con el corte de las relaciones comerciales con los Estados Unidos, se vio de pronto privada de aseguramiento técnico, alimentos especializados e importación de especies desde el extranjero, producto del aislamiento internacional en que poco a poco se fue sumiendo la nación.
Hasta ese momento el acuarismo estaba basado esencialmente en importaciones de criaderos de la Florida situados a 200 kms de distancia de Cuba y la interrupción de éstas entre los años 1961 al 1963, impulsó entonces la cría en el interés lógico de autoabastecerse.
Un hecho curioso en relación con lo anterior tiene implicación hasta nuestros días. En Cuba puede encontrarse amplia tradición y magníficos ejemplares de los peces comercializados en el mundo hasta inicios de la década del 60, pero variedades sofisticadas de discos o de cíclidos africanos más recientes es extremadamente raro verlos. Existe un desconocimiento casi total de cómo criarlos, y si tiene uno la suerte de localizar una pareja en venta, prepare usted el bolsillo, porque perfectamente pueden cobrarle un precio equivalente a la mitad de su salario mensual por ellos.
Para apreciar en su justa medida al acuarismo cubano lo primero que hay que tener en cuenta es que todos los peces son de producción nacional. El acuarista no sólo los mantiene sino que los cría. Y es que no sólo la necesidad obligó a que fuera así, sino también el hecho de que los peces en Cuba son tan populares como los perros y los gatos, por lo que en cualquier ventana de una casa de la esquina, puede usted encontrarse un estante con diez peceras, con escalares, platies, mollies, gouramis, convertido de pronto en un minicomercio privado.
La falta de suministros ha obligado a aguzar el ingenio y así verá que ante la escasez de cristales se utilizan para construir acuarios los cristales delanteros y traseros de autos desactivados. Igual de ingeniosas resultan las bombas de aire fabricadas con una bobina eléctrica, y una válvula hecha de un trozo de manguera de caucho de recuperación local. Todo construido con mucha imaginación y maña.
Otra cosa que se aprende en Cuba es que la consanguinidad en peces no es tan dramática como en aves y mamíferos. La gran mayoría de los peces cubanos son descendientes de unos pocos ejemplares traídos y multiplicados. Lo primero que se hace cuando llega un pez nuevo a Cuba (como es el caso de algunos envíos de huevos de cynolebias enviados desde el extranjero vía correo) es criarlo lo antes posible, multiplicarlo para distribuirlo entre amigos para que no se pierda la especie. Esta obsesión por criar ha permitido desarrollar en el país unos conocimientos sobre la cría de peces ornamentales muy importantes. La otra cara de la moneda es que si todos los peces provienen de unos pocos reproductores al cabo de unos años resulta que todos son hermanos. Aquí es interesante observar que la consanguinidad en peces no aporta taras rápidamente, como pasó también con la Tilapia en Tailandia donde se producen miles de toneladas al año de este cíclido a partir de unos 20 ejemplares que le regalaron al rey de esa nación sin defectos aparentes. Esto no significa que los peces no sean más delicados de mantenimiento y frente a las enfermedades o que crezcan menos. Decir también que a la menor aparición de defectos genéticos hay que eliminar todas las crías y los padres implicados a fin de que con la consanguinidad no se propaguen genes defectuosos. Afortunadamente la ética de los criadores cubanos y su responsabilidad es alta, y en contadas ocasiones entran peces del extranjero, aportando la tan ansiada sangre nueva, que mejorará las especies.
Como en otros países lo que interesa es lo exótico. Así que son muy raros los aficionados que mantienen especies de peces de agua dulce autóctonas para estudiarlas, aunque existen algunas variedades de interés susceptibles de mejorarlas a fin de lograr peces atractivos para el comercio. A esto nos referiremos en próximo trabajo. Igual ocurre con los pocos afortunados que pueden mantener un acuario marino, aunque aquí el encanto de los peces del Caribe es muy grande, muchos prefieren los peces del Pacífico. Claro que los hobbistas del marino casi siempre residen en lugares cerca de la costa, o tienen un familiar en el extranjero que le envía los elementos básicos para su afición más complicada.
Las pocas revistas de acuario que llegan a Cuba a través de algún amigo en el extranjero los aficionados las guardan como joyas que leen hasta la letra más pequeña. Téngase en cuenta que en Cuba se lee mucho, pues se ha creado un hábito muy grande por estudiar, a nivel de toda la población.
Existe una revista “Mar y Pesca” de frecuencia mensual que publica un artículo en cada número dedicado al acuarismo, y es la única fuente cubana actual de bibliografía, por lo que los aficionados van coleccionando estos trabajos.
En cuanto a otros títulos publicados en Cuba cabe citar los doce números de los años 70 de la argentina Aquarama y en 1981 “El Acuario” de Henry Favré. Con la desactualización lógica que ya tienen estos libros puede considerarse feliz la persona que los tenga en su biblioteca.
Uno de los tópicos que más llaman la atención es el capítulo de la alimentación pues fundamentalmente se apoya en comida natural.: tubifex, lombriz de tierra, y daphnia. Incluye también larvas de mosquito y moscas del vinagre. El otro puntal importante es la pasta de Myron Gordon en sus múltiples variantes. En Cuba no se usa prácticamente escamas ni pellets de marcas reconocidas. La artemia se compra muy caro y es muy demandado,...y también ahorrada por el criador.
Pero retomemos nuevamente el hilo de nuestra historia. El vínculo con los países de Europa del Este (Checoslovaquia, Alemania, Unión Soviética) influyó notablemente entre el 1965 a 1990 en el acuarismo cubano. Cualquier cubano acuarista aprovechaba sus viajes de trabajo o turismo a esos países para aportar nuevas especies a Cuba. Fue así que rápidamente entró en Cuba el caracol manzana o el Barbo Odessa por citar dos ejemplos. En los años 70 por igual vía llega el disco marrón y los neones, el cardenal y otras especies. Comienza la amistad y el intercambio con expertos checos y alemanes, que varios criadores de prestigio cubano aún mantienen.
Además muchos biólogos y piscicultores fueron enviados por el Gobierno a cursar escuelas en Europa del Este, lo cual benefició el caudal de conocimientos que sobre el tema se tenía en la isla.
En 1973 se produjo un intento loable, pero lamentablemente fallido, por agrupar a los aficionados al fundarse la Federación de Acuaristas de Cuba. Pugnas internas de los miembros, terminó pronto con esa pionera del asociacionismo.
En 1984 un nuevo paso en la acuariofilia cubana es la primera exportación de peces a México, que abre nuevas perspectivas de mercado. Después se empieza a exportar a España, Alemania, Bélgica e Italia.
Para estas exportaciones el Estado crea una entidad central denominada Gerencia de Desarrollo y Comercialización de Peces Ornamentales para comprar ejemplares seleccionados a los criadores privados, que constituyen la fuente fundamental de producción de peces, con vistas a su venta al extranjero.
Todo iba viento en popa, cuando llegó el “Período Especial”. Se conoce en Cuba como “Período Especial” la ruptura de los vínculos con la Unión Soviética y el resto de los países de Europa del Este y la pérdida total de ese mercado tradicional, incluyendo compra de petróleo, vehículos, semillas, piensos, así como la venta del azúcar cubano, níquel, cítricos y otros productos. Esto, unido a un reforzamiento del bloqueo (o embargo, como se le quiera llamar) norteamericano colocó a la isla en una situación muy delicada a partir de finales de 1990. Comenzaron grandes cortes de electricidad por escasez de petróleo, se dispararon los precios y el transporte público se fue haciendo difícil. La falta de piensos para el ganado, bajó la masa vacuna y la producción de estiércol en las balsas de oxidación, donde se aprovisionaban kilos y kilos de tubifex. Esta disminución de la producción del tubifex hizo subir su precio enormemente, y explica que en esta época no se pudieran criar numerosas especies delicadas que se perdieron para siempre porque su cría estaba basada en el tubifex. Al mismo tiempo que los peces subieron de precio, como hasta la población tenía dificultades para alimentarse, el acuarismo para muchos, pasó a segundo plano. Un duro golpe para la afición.
Sin embargo, para los cubanos acostumbrados a aguzar el ingenio y la creatividad, ante las escaseces, este “Período Especial” ayudó a conocer sus propias potencialidades. Se comenzó a utilizar el petróleo pesado que se despreciaba en algunos yacimientos del país, para producir electricidad a tal punto que ya hoy Cuba no necesita petróleo del extranjero para su corriente eléctrica. Se reconvirtió la economía para transformar el turismo, en lugar del azúcar, en el motor económico de la nación y ahora Cuba recibe dos millones de turistas al año. Se flexibilizó las leyes y se permitió la inversión extranjera y la circulación del dólar en el país. En el acuarismo los sesudos de a pie siguieron inventando: aireadores locales, filtros de fondo o de mochila artesanales, comederos y cuanto artefacto sirva para el hobby.
En 1995 por primera vez la economía cubana comienza a crecer después de años de caída, crecimiento que no se ha detenido hasta hoy, propiciando una mejoría (aunque no el bienestar que se quisiera) en la vida de la población.
En 1996 se marca un importante paso en el acuarismo, al fundarse AquaCuba, una asociación que se ha dedicado a promover la afición entre la población. Alrededor de 90 miembros, de ellos unos 20 incondicionales, esos que siempre asumen cualquier tarea en el grupo con entusiasmo por complicada que sea. Cursos de iniciación al acuarismo, concursos, visitas a lugares de interés y una modesta biblioteca donde se guardan con celo una colección de Boletines de la Asociación Española de Acuariófilos, la Asociación de Acuaristas de Aguadilla en Puerto Rico y la Asociación Uruguaya de Acuaristas, así como algunas revistas de acuario españolas, venezolanas y norteamericanas, y dos o tres libros, caracterizan por ahora el quehacer de AquaCuba cuyos miembros tienen una insatisfacción principal: no poder contar todavía con su propio Boletín Interno, debido a los costos prohibitivos para la Asociación por el momento.
En la ayuda extranjera a este grupo es vital citar varios nombres: Pablo Siebers y José Antonio Granados, de la Asociación Española de Acuariófilos, el señor Víctor Oliver de Puerto Rico, los murcianos Fernando Guzmán y Sonia García, los uruguayos Ignacio Guerin y Rosario Arijón, el mexicano José Luis Oliver, los argentinos Alfredo Tonina y Roberto Petracini. A todos esos grandes amigos de Cuba, nuestro agradecimiento profundo.
Con la apertura a nuevos mercados occidentales, la tenencia y circulación de dólares en el país y la existencia de tiendas que venden en esos productos, ahora no es difícil comprar en ellas pegamentos de silicona, se han abierto tres tiendas de mascotas en dólares en La Habana que venden productos de marcas reconocidas (si bien bastante caros y que el 90% de los cubanos no puede comprar) y aunque no están muy bien surtidas en el tema acuarios, algunos cubanos encuentran cosas para sus amigos del agua. No obstante la base principalísima sigue siendo lo nacional, sus criadores y los artesanos del hobby. Y ya el tubifex ha vuelto a abundar.
Para completar esta reseña, detengámonos un momento en los Acuarios Públicos.
El Acuario Nacional situado en Tercera Avenida y Setenta, Reparto Miramar, Ciudad de La Habana, es una instalación digna de admirar. Junto a los tradicionales shows de delfines y lobos marinos, se dedica exclusivamente a exhibir especies marinas, sobre todo las bellezas del Caribe. Fue objeto de una gran ampliación y remodelación al costo de dos millones de dólares y 10 millones de pesos cubanos que concluyó en el 2001.
El mayor Acuario Público de Peces de Agua Dulce en Cuba se localiza en calle 100 y Cortina de la Presa, Arroyo Naranjo, en la propia capital. El edificio que lo contiene adopta una forma de caracol y dentro de sus facilidades se destaca una sala climatizada para 125 personas donde se ofrecen cursos y eventos científicos.
Existen otros Acuarios Públicos en el Parque Bacorao, en Santiago de Cuba, Camagüey, Cienfuegos y algunos Parques Zoológicos.
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